Monday, August 24, 2009

LOS ENEMIGOS DE LA BUENA REDACCION por osvaldo raya

Ponencia del blog EL AZUL DE MI MISMO http://osvaldo-raya.blogspot.com/
El lenguaje es revelador de nuestro pensamiento y con él se trasluce el nivel alcanzado por nuestro espíritu: su altura o su bajeza. Un espíritu inferior escribe así, como párvulo y uno superior, sin embargo, nos hace salir enriquecidos y engrandecidos de su lectura o su charla. Y claro que la superioridad o inferioridad no está relacionada con la escolaridad o instrucción ni con el entrenamiento lingüístico. No vaya pues el tonto a pretextarlos. Ni so pena de la juventud y del desenfreno de las pasiones se justifique la carencia de madurez y contundencia. He tenido ante mí a apasionados jóvenes ‒ni siquiera muy letrados‒ que han llegado a estremecerme por su madurez y su altura y de quienes hasta he aprendido bastante con su conversación. Ellos hablan bien ‒redactan bien‒ porque piensan ordenadamente y están únicamente concentrados en trasmitir su mensaje. El éxito de su retórica está ‒en efecto‒ en la superioridad de sus espíritus y en la lealtad a las ideas que defienden. Son de esos chicos auténticos que tienen los pantalones y la moral bien enfajados y no están interesados en el aplauso ni en las lentejuelas que acicalan el ego.

El alma habla por la boca o por la tinta. Lo que uno escribe devela quién es uno y hasta las intenciones más ocultas, los vericuetos para llegar al verdadero propósito de lo escrito, sea cual fuere el tema que se aborde. No sé, por tanto, cómo se atreven y se arriesgan a teclear un texto, a fin de publicarlo, el insano, el necio, el egocéntrico, la criatura en estado embrionario y primitivo o el soldadito apenas bien artillado. Aquel que tiene desorganizado el pensamiento, tal cual se expresa y redacta párrafos informes e incomprensibles. Cuando uno lee lo que alguien escribió sin respeto de sí y del lector, cuando uno lee algo así escrito sin pensar, como el desentendido que embarra el lienzo y lanza con los ojos cerrados sus locas pinceladas, se siente uno mal ‒muy mal‒ y muy perdido, enredado en la maraña de palabras y no sabe, al cabo, de qué va la parrafada. Y es eso, que se descuida la coherencia y el orden; por lo que puede deducirse fácilmente que hay interés por cualquier cosa menos por comunicar cabalmente y aportar alguna idea. A veces uno espera alimentarse con lo que lee y aliviarse del dolor que padece o aprender o simplemente entretenerse o relajarse pero se frustra porque no hay palabra detrás de la palabra sino muecas. Y espejismo resulta, acaso, la letra impresa y abismo o erial.

Se sabe que abundan ‒y es lamentable‒ composiciones en las que ‒por ejemplo‒ en el segundo párrafo ya el autor contradice lo que dice en el primero y el lector se aturde y se cansa y se echa hambriento y sediento al final de la página. Es triste comenzar una lectura y darse cuenta enseguida de que estamos ante un fárrago o una sarta de oraciones distróficas que nos dejan la sensación de haber sido testigos de un ripio de ideas. Insisto: La mala redacción no tiene que ver tanto con la falta de conocimientos gramaticales como con la ausencia de contundencia espiritual y de objetivos claros a la hora de decir. Da pena toparse con autores que están tan enfrascados en llamar la atención ‒a veces hasta con expresiones soeces y estridencias‒ para que se los tenga por polémicos e interesantes y que están tan empeñados en producir una bomba publicitaria o en escandalizar a los lectores que no les importa atropellar y oscurecer el discurso ni hacer añicos el hilo y la idea central. He leído muchos artículos publicados en la internet que no le encuentro ni pie ni cabeza y salgo de leerlos y por fin no llego a ninguna conclusión y ningún sabor me dejan y ninguna hendija donde pueda enterarme de cual postura o posición ideológica o política o religiosa tiene su autor. So pena de una sospechosa humildad y de un supuesto respeto a la imaginación y opinión de los lectores, se dice sin decir y entra el lector en innecesarios vericuetos, trampas, arenas movedizas, abismos camuflados, laberintos. Y a veces hay mas pluma que ave y nada se dijo y huera e inútil resultó la parrafada. Pero todo esa palabra escurridiza e intrincada ‒toda esa gerundiada‒ en verdad es cobardía, flojera, exceso de artificio y mucho ‒mucho‒ miedo al compromiso. A eso le llamo escribir por escribir. Y el que sabe de gramáticas, sabe bien que está no ante un inexperto sino ante baboso, ante un alma que se repliega y se deja arrastrar por los narcisismos de la moda relativista y posmoderna. Por eso el lector se pierde e ingenuamente se culpa a sí mismo de su incapacidad o de su falta de cultura por no haber entendido; y no sabe, pues, el lector, que la incapacidad es la del autor y la torpeza y la falta de contundencia en el espíritu.

El que no tenga nada que decir, que se calle y el que no haya cultivado el espíritu sobre bases bien firmes o no haya curtido la piel del alma. Los narcisistas no tienen nada que decirle a los que buscan en un artículo o en un libro la verdad o los que anhelan pilares para sus causas justas. Y aburre mucho leer al exhibicionista o al wannabe. Dígase que la vanidad y el snobismo atrofian el buen decir y no precisamente la carencia de oficio. Estos ‒vanidad y snobismo‒ son los verdaderos enemigos de la buena redacción.