Thursday, October 15, 2009

ACERCA DE NOSOTROS MISMOS

Autor: Osvaldo Raya
http://osvaldo-raya.blogspot.com

El luchador por la libertad no es alguien que, de ventana en ventana, pasa, no la palabra conspiradora y valiente, que convoca y recluta; sino las murmuraciones y las rencillas de vecinos o las dudas. El luchador lucha. Y en eso se concentra. La libertad no es, pues, un rumor de comadres resentidas: que si la una tiró más bengalas para molestar a la otra, que si aquélla por envidia adornó con más lentejuelas navideñas su portal y se ufana de sus ventajas sobre el resto de la vecindad; pero acaso nadie se acordó de que lo importante era la Navidad, la veneración al Cristo, a esa luz eterna que nos hizo la visita precisamente en un pesebre, sin bengalas ni lentejuelas y sin competencias ni alardes. La libertad y el Cristo son las metas. Son lo grande. Lo demás viene sobrando. El patriota no es comadre envidiosa o chismosa ‒ni compadre. Ni es Narciso. El patriota es ‒y tiene que serlo‒ un hombre centrado en metas mayores; por eso, porque sabe que lo que está en juego no son las cacerolas ni los dechados finos y se da cuenta entonces de que no puede quedarse enganchado entre las zarzas de su propio traspatio ni entre ciertas trampitas pueriles.

En esta lucha, todas las convocatorias son validas, y todas las iniciativas y esfuerzos. Es que hay que apoyar a aquél que hizo un llamamiento sano y provechoso en favor de la libertad de la patria ‒o de otras patrias que también carecen de la libertad‒ y al otro que también la hizo igual y a todo el que se mueva y tenga la voluntad de obrar en pro de lo que urge y amerita. Hay que unir voluntades y esforzarse más por reconocer nuestras virtudes y posponer para otro momento menos urgido el conteo de las pequeñas máculas. No hay que pensar mal de alguien que actuó por su cuenta e hizo lo suyo y convocó a un evento ni creer que éste quiso hacer de émulo y recabar brillo personal u opacar el brillo de otros. ¿Por qué pensar así?, ¿a qué sirve o qué aporta? Es que el patriota nunca termina trabado en las bisagras de los ventanales ni en la lengua tremebunda y zascandil del comadreo. La lucha por la libertad no puede convertirse en algo tan banal y dañino, tan autodestructivo. Es fraticidio y casi ‒casi‒ traición a la propia causa libertaria reducirla al nivel de lo anecdótico y particular, de lo refrescante y light, de lo folclórico y vulgar. Un patriota no debe ver siempre malas intenciones en las acciones espontáneas de otro compatriota que se suma a su manera a la lucha ‒quizá sin coordinarlo a la perfección‒ y convoca a una huelga o a un congreso o a una marcha, amén de si otro ya convocó al mismo tiempo y en otra parte un evento parecido. Lo importante es incomodar al enemigo verdadero, con muchas acciones, con muchos eventos. No debe, pues, ser comidilla ni ha de perderse en los intríngulis de los egos humanos algo tan celestial y potente, tan esencial y divino como la libertad. Ni ha de atizarse la paranoia y ver sombras y fantasmas y saboteadores dondequiera, y vanidosos y ególatras y todo cuanto el Dante colocó en el Infierno. No hay porqué enfermarse con lo que está hecho para sanar. La mirada hay que alzarla y pasarla por encima del valladar y seguir y no parar hasta posarla en el sol y confundir nuestra luz con su luz. Yo sé ‒yo estoy seguro‒ que tenemos más amigos que enemigos en la causa divina de la libertad. Y muchas ganas de ayudar y muy buenas intenciones en todos los que participamos en el combate por la verdad y la justicia. Yo estoy seguro.

Cualquiera de los nuestros, en esta lucha titánica por la dignidad de los pueblos, puede equivocarse un poco; y lo último que puedo pensar es que son premeditados sus descuidos o su falta de consenso. Mas no por ello voy yo a levantar mi pluma ni a gastar mi tinta y mi palabra en señalarle las manchas. Ni voy a juzgarlo y mucho menos a dejar de contar con su aporte y su ímpetu. No pienso mostrar mis garras a los míos. Mi garra y mi fiereza y todo mi arsenal de escritor ‒o de bloggero‒ están bien enfilados hacia lo que de verdad me daña y conspira contra mí y contra mi pueblo. Siempre exaltaré las virtudes y veré con ojos limpios ‒sin paranoia ni predisposición‒ la actuación del que, al cabo, a su modo o como sea, me acompaña en la lucha; y mi amor le daré y no mis reservas ni mis sombras. No sé cómo puede un hombre serio ‒o una mujer seria‒ entretenerse en cierta urdimbre inútil y restar tiempo del que debe dedicarle a la causa de la libertad para discutir los devaneos de algunos de los nuestros o para ponerse a dudar de él y colocarlo en silencio del lado de los enemigos. Hay que estar claros y no perder la perspectiva. Es verdad que a veces el enemigo introduce entre nosotros sus espías y sus acólitos secretos porque forma parte de su plan fomentar entre nosotros la desconfianza y el desvío de nuestras mirillas. Los nuestros son los nuestros y tenemos que cuidarlos, conservarlos como tesoros y los tendremos como de los nuestros hasta tanto se pruebe lo contrario. Los cañones hay que enfilarlos contra el opresor, contra el que nos interfiere el libre albedrío y la paz. Contra el Usurpador y sus secuaces. Malgastar nuestro arsenal y nuestro bastimento en la bobería y el comadreo puede ser igualmente sospechoso. Alguien podría llegar a pensar que se trata no de hermanos que pelean como colegiales sino que son petimetres que están más interesados en resolver alguna de sus coqueterías o restaurar el orgullo propio ‒herido por el roce con alguna lentejuela o con la seda de un vestido de baile‒ que en la mismísima causa de la libertad.

Se quedarán atrás los que le dan más importancia al árbol que al bosque. Los que terminan empantanados en el tiesto y no miran el légamo enorme que tienen delante. Creo que el que pone mucho empeño a las delicuescencias y pormenores, le está quitando tiempo al que debería dedicarle a la lucha por la libertad. Pero la libertad no puede esperar ‒y no espera‒ porque se curen los egos heridos y se resuelvan todas las insanas sospechas. Cuba no puede esperar ‒ni Venezuela ni Honduras ni Ecuador. Ni los blogs ni los bloggeros que estamos por la libertad y contra el totalitarismo podemos posponer nuestro entusiasmo ‒ni podemos perderlo‒ ni darnos por defraudados ante asuntos de aldea o de barrio. La libertad tiene el mismo tamaño de Dios y se ha de reverenciar con lo mejor de nosotros y darle a ella lo mejor. Y es causa que suma y no que resta. Y aunque haya mujeres en la lucha, la libertad de la Patria precisa de nosotros una energía viril y exige de todos los que estamos comprometidos con ella demasiada rectitud y entrega. Y mucha seriedad y concentración. Y mucha confianza en los que luchan a nuestro lado y mucho amor.

Los comadreos distraen y hacen peligrar el cumplimiento de nuestros verdaderos objetivos. Y no hace falta andar inventándonos enemigos. Con el enemigo que tenemos, ya nos basta. Y digo otra vez: los que sí pueden resultar muy sospechosos en esta hora tremenda en la batalla por la democracia y libertad, son aquellos que insisten e insisten en distraernos con sus escaramuzas. Lo nuestro es en grande. Es con fuego. Con la palabra ígnea, que mate de un plumazo a la palabra mentirosa. Nuestro campo de batalla es ancho y, como la bloggosfera se ha vuelto trinchera, ahí mismo ‒en la bloggosfera‒ acorralaremos a los enemigos de la libertad. A los verdaderos enemigos.